El libro que vence a otros libros
Por Delfina Acosta
En el mundo hay ateos, agnósticos, cristianos, budistas, islámicos, judíos, etc. Y todos sienten estar en la verdad mientras la Tierra gira y el Sol se levanta día tras día acompañando las alegrías, las esperanzas, las dudas y los pesares de la humanidad. El ser humano, ante la evidencia de la maravillosa naturaleza, la vida y la certeza de la muerte, tiende a pensar en un ser superior.
Creo que cada individuo, como ser libre que es, debería vivir conforme a su creencia. Discutir sobre religión suele ser motivo de enemistades y de amargos disgustos y yo no tengo la más mínima intención de polemizar. Sí quiero, como creyente que soy, expresar algunas ideas que van dirigidas a quienes creen en Dios.
La Biblia es un libro capital. Tiene todas las respuestas para los corazones. Y también sabias lecciones.
Suele ocurrir que uno, guiado por las ganas de ayudar a alguien que se encuentra en un momento difícil de su existencia, le acerca la palabra de Dios.
Sin embargo, por esas cosas de la naturaleza humana, la persona que movilizó nuestro afán de ayudar se levanta en contra nuestra y nos manda al diablo. Está escrita en la Biblia una advertencia en el siguiente versículo: “No den lo santo a los perros, ni echen sus perlas delante de los cerdos, no sea que las huellen con sus patas, y volviéndose los despedacen a ustedes”.
Igualmente los refranes pueden darnos guías en torno a nuestro relacionamiento con los demás.
Qué decir de la gente vanidosa, soberbia, que cree que el universo gira alrededor suyo, sin caer en la cuenta de que con su pedantería propia de un pavo real despierta la antipatía y el desprecio en las personas. La Biblia dice: la soberbia precede a la destrucción.
Se sabe de muchas personalidades de gran rendimiento intelectual, de amplia cultura y de acertado razonamiento sobre el arte, la política, la metafísica, pecar de soberbias. Pues bien, esas gentes hoy no valen nada. En realidad, la existencia, que es un gran colador humano, ha demostrado y sigue demostrando que los soberbios están destinados a caer en un tacho de basura. Hay que estar pues libres de soberbia y hacer lo que uno cree que es capaz de hacer en la vida sin buscar aplausos. Las buenas acciones hablan por sí solas.
La fama es incierta. Pasa a veces que la fama se vuelve contra el famoso, convirtiéndolo luego en objeto de burla y de chismes. La sociedad ha devorado a tantos celebrities.
Acostumbra el ser humano a juzgar a su prójimo. Considera desmedida su conducta, descalifica su modo de hablar, de obrar y de vivir. Así como uno juzga será también juzgado. Mas vale no entrar en el peligroso terreno de los juzgamientos para no salir trasquilado. Sobre el hecho de juzgar al semejante la Biblia advierte: “No juzguéis a los demás si no queréis ser juzgados. Porque con el mismo juicio que juzguéis habéis de ser juzgados, y con la vara que midiereis, seréis medidos vosotros”.
En fin. Cada persona se debe a su conciencia. Y al amor a los demás. Si no amamos al semejante todo cuanto digamos tiene poco peso.
Miles de hombres y mujeres predicadores del evangelio hay en la Tierra. Yo, de pura convencida de que existe un amor superior, he traído a esta columna de opinión estos pensamientos.
A nuestra moral nos debemos.
Los frutos de nuestra conciencia limpia dejaremos cuando ya no estemos en el mundo.