“Una Mala Jugada” del libro “El Torreón del Ánima”

Philipe Moreau, recién llegado a Montecarlo, se decidió, un tanto curioso, a visitar, como suele hacer cualquier turista que se precie, su famoso Casino y, una vez en su interior, se dedicó algo displicente a dar unas vueltas por la sala de juego de aquel edificio, uno de los atractivos turísticos más notables del Principado de Mónaco. Según había leído en un folleto que cogió del hotel donde se hospedaba, fue construido por el arquitecto Charles Garnier, el mismo que creó la ópera de París, de estilo Beaux Arts, también llamado estilo Napoleón III. Un bello edificio inaugurado el año 1863 y situado en la parte más famosa del Principado de Mónaco, minúsculo país pero símbolo del glamour y visitado por las mayores fortunas del mundo, gente famosa, miembros de la realeza europea, magnates del petróleo y grandes estrellas del celuloide.

Su nombre, Montecarlo, de origen italiano, significaba monte de Carlos y fue puesto en honor del entonces príncipe reinante Carlos III de Mónaco. Bien, se dijo, para empezar, ya sabía algo de su historia. Ahora comprobaría in situ aquello que decía el folleto publicitario.

Venía dispuesto a pasar unos días en la famosa Côte d´Azur, destino preferido por la aristocracia debido a la belleza de sus paisajes, la suavidad de su clima y elitistas localidades como Saint-Tropez, Cannes y aquel Principado de Mónaco, que a él se le antojaba de opereta, donde acababa de recalar conduciendo su flamante Jaguar último modelo.

Philipe, nacido en París, escritor de fama –su última novela se había convertido en un best seller- era un hombre mimado por la fortuna. Invitado indispensable entre la llamada jet set, entrevistas, programas de TV… había llegado un momento en que se encontraba agotado y necesitaba unas vacaciones relajadas, lejos de focos, cámaras, actos sociales y demás parafernalia que últimamente acompañaba su vida convertida por obra y gracia de su talento como escritor en una vorágine, una espiral de éxito en éxito.

          ̶ Faites vos jeux, messieurs. ¡Rien n´a va plus!  ̶  se oía la voz mecánica de los croupiers incitanto a tentar a la diosa Fortuna en forma de ruleta caprichosa cuya bolita recorriendo juguetona los números, rojo, ne

gro, par, impar, parecía burlarse de los jugadores que, ludópatas la mayoría, perdían inmensas fortunas apostando incluso su vida si les hubiesen dado la oportunidad de hacerlo, obsesionados por un número que nunca salía. Algunos, arruinados por completo, acababan suicidándose.

Philipe continuaba mirando a su alrededor un tanto indiferente pues no acostumbraba a jugar. En realidad, no le atraían lo más mínimo los juegos de azar y en el fondo sentía lástima por aquellos jugadores y aquel otro colectivo formado por tramposos, aprovechados, prestamistas, estafadores, pequeños ganadores y grandes perdedores.

De pronto, en una de las mesas la descubrió. Era una hermosa mujer, alta, esbelta, de pelo rojizo, cuya melena le caía por la espalda como una cascada de bronce. Aparentaba unos veinticinco años y de toda ella emanaba un algo que la distinguía de las demás mujeres que se hallaban en aquel salón y que le hizo acercarse atraído por su extraña belleza. Ella, sin percatarse de su presencia, seguía apostando siempre al mismo número: seis rojo, una y otra vez, y parecía que la suerte le sonreía pues siempre acertaba cada vez que hacía la apuesta por ese número que caprichosa había elegido.

De pronto, como si algo le advirtiese de la presencia de aquel desconocido, alzó los ojos hacia él. Unos maravillosos ojos verdes, enigmáticos, algo rasgados, que, al mirarlos, parecían invitar a que el favorecido por aquella mirada se acercase a ella.

Philipe captó la intención de aquella mirada y, una vez situado junto la dama, cortésmente se presentó:

        ̶ Bonsoir, mademoiselle, Philipe Moreau à votre service.

          La joven, sonriendo levemente, le tendió su mano y correspondió a su presentación:

          ̶ Enchantée, M. Moreau. Je m´apelle Lizbelle.

¡Lizbelle! En realidad, era un nombre original que no podía irle mejor a su belleza luminosa – razonó Philipe para sus adentros.

          ̶ Veuillez vous asseoir à côte de moi, je vous prie. Voudriez-vous tenter votre chance à la roulette?  ̶  preguntó la joven al tiempo que le dirigía una irresistible sonrisa.

Sin pensarlo, aceptó encantado la amable invitación de sentarse junto a ella, pero en cuanto a probar fortuna a la ruleta… Él nunca había jugado ni era ducho en ninguna clase de juegos, mas ante la invitación de aquella mujer y la mirada cautivadora de sus bellos ojos, no pudo resistirse  y cedió a jugar unas manos bajo el asesoramiento de ella, toda una experta, al parecer, en materia de juegos de azar.

Y, como suele suceder, la suerte del novato no le falló y, sin tener idea de los trucos que cualquier jugador experimentado pudiese emplear, comenzó a jugar… y a ganar. Al principio, pequeñas cantidades. Después, esas ganancias incipientes cada vez se fueron haciendo mayores y al final de la noche se encontró con que había reunido unos cuantos miles de francos ganados fácilmente a la ruleta. La verdad es que sin darse cuenta ya empezaba a tomarle gusto a ese juego.

¿Y qué mejor manera que gastarlos alegremente con aquella mujer adorable que había estado todo el tiempo aconsejándole cómo había de hacer las jugadas? Así que, aunque con cierto temor a que se negase, le propuso pasar el resto de la noche recorriendo los lugares nocturnos de moda y celebrar su buena suerte entre copas de buen champán francés.

 

Fue una noche inolvidable. Aquella dama no sólo era bella sino muy inteligente y dotada de un savoir faire y una cultura que lo dejaron admirado ante semejantes conocimientos adquiridos en tan pocos años como debía tener. No había tema, por profundo que fuera, que no conociese a fondo ya fuese de literatura, historia, ciencia, viajes… Tan sólo parecían aburrirles, es más, los eludía, los referentes a las distintas religiones existentes en el mundo. Para ella era un tema que, aparte de no atraerle, no le interesaba en absoluto. En realidad, a él tampoco le hacía muy feliz hablar, tanto de política, totalmente desencantado de ella, como de religión o temas paranormales ya que, escéptico, no creía en el más allá.

Se despidieron a punto de salir el alba y al requerirle el escritor volver a verla, ella accedió a reunirse de nuevo por la noche en el Casino y en la misma mesa en que se habían conocido.

Una mujer romántica, se dijo. Y puntual a la cita, a la noche siguiente encaminó sus pasos hacia el Casino con el corazón ilusionado por ver de nuevo a la hermosa mujer que el destino había querido que conociese en aquella Riviera.

Y allí estaba. Sentada, más bien erguida como una reina, ante la mesa de juego mientras la ruleta giraba y giraba a su capricho: Rojo. Negro. Par. Impar. Faites vos jeux, monssieurs ¡Rien n´a va plus!

Al verlo, le dedicó una leve sonrisa y le invitó a que se sentara a su lado.

          ̶ Mon cher. Je vois que tu es bien venu à notre rendez-vous. Jouons.

Por supuesto que no podía faltar a la cita. Y como hipnotizado ante la seducción de aquella mujer y sus enigmáticos ojos verdes, obedeció mansamente a su invitación y comenzó a jugar. Primero, con cierta prudencia y mesura, pero al ver que la suerte le era favorable, se atrevió con cantidades cada vez mayores. Volvía a ganar y de nuevo invertía todas las ganancias a una sola jugada arriesgándose hasta lo inverosímil. Era como una especie de borrachera lo que estaba sintiendo. ¡Fichas y más fichas! Ingentes montones de fichas que acapararon la atención del resto de los jugadores, compañeros de mesa, que no daban crédito a la suerte de aquel hombre.

          ̶ Mon cher, parie sur le six rouge  ̶  le indicó con voz meliflua la dama.

Y así lo hizo, obediente a todas sus sugerencias apostó al seis rojo todas sus ganancias. El triunfo es de los audaces, se dijo. Pero en aquella desafortunada jugada, en que apostó ese número al pleno, su buena suerte le volvió la espalda y lo perdió todo. Se había quedado absolutamente sin nada de lo que anteriormente había ganado. No sabía qué hacer pues ya no disponía de fondos. Había sido un imprudente apostando todo a un solo número, lo reconocía. Entonces, se le ocurrió una idea que podría sacarle de aquel apuro: Sus ahorros. Y sin pensarlo dos veces, salió disparado en busca de un banco con objeto de sacar todos sus fondos, una fortuna considerable que había ahorrado a lo largo de su carrera de escritor de fama. No se conformó con retirar una cantidad razonable como sería lo prudente; lo necesitaba todo pues en sus venas ya se había filtrado irremediablemente el veneno del juego. Y una vez vaciada su cuenta por completo, corrió de nuevo al Casino a la mesa donde la bella mujer aún le seguía esperando.

̶ Cher Philipe, parie encore une fois sur le six rouge  ̶  le aconsejó de nuevo.

Por supuesto, volvería a apostar al seis rojo. Ella era la experta y sabía aconsejarle lo que le convenía. Ese número tenía que traerle suerte como anteriormente a ella le había sucedido. ¡Todo a un pleno al seis rojo! Seguro que esta vez saldría el ansiado número.

La bolita volaba caprichosa y saltarina de número en número. Parecía no acabar nunca de girar en sus vertiginosas vueltas rodando de casilla en casilla, mientras el escritor  la miraba como obsesionado y ansioso… ¡Horror! ¡No podía ser! ¡Había vuelto a perder! Y ahora sí que ya no le quedaba absolutamente nada. Philipe quedó anonadado ante aquel revés de la diosa Fortuna que otra vez se había burlado de él volviéndole la espalda de nuevo. Estaba totalmente arruinado. Mas… ante las situaciones desesperadas la mente se agudiza, busca salidas y, de pronto, una idea salvadora acudió en su auxilio: ¡Su coche! Su costoso Jaguar último modelo recientemente adquirido del que estaba tan orgulloso y apenas había podido disfrutar. ¡Eso es! ¡Lo vendería! Por mucho que lo sintiese no le quedaba otro remedio que desprenderse de él.

Y como enloquecido, esperó a que abriesen los concesionarios para entregar aquel coche, que había sido su capricho, a cambio de dinero para volver a jugar. Esta vez, estaba seguro, la suerte había de sonreírle y podría recuperar todo lo perdido y hasta rescatar su preciado auto.

Corriendo atropelladamente por las calles, regresó de nuevo al Casino y jadeante se sentó en la misma mesa junto a la fiel joven que le seguía aguardando pacientemente.

          ̶ Mon cher, parie encore une fois sur le six rouge, Cette fois-ci sera le derniere jeu  ̶  volvió a aconsejarle mientras lo miraba cálidamente.

¿Una última jugada apostada a ese fatídico número que le había hecho perder toda su fortuna? No podía explicarse el por qué de esa insistencia en que jugara a ese número que ya odiaba con todo su ser. Pero, ante aquella mirada que parecía hipnotizarlo, le fue imposible desobedecer su ruego o mandato, pues ya no distinguía un matiz de otro y tan sólo se sentía como embrujado por ella. Y volvió a apostar al pleno todo lo que había obtenido por la venta de su coche.

Rojo. Negro. Par. Impar. La ruleta seguía girando y girando sin parar, mientras la minúscula bolita saltaba y saltaba como burlándose de él. Rojo. Negro. Par. Impar… ¡¡Negro!! ¡Había salido negro una vez más! Daba igual el número. ¡Negro! Como ese destino que le había vuelto definitivamente la espalda y lo tenía sumido en la más absoluta ruina y desesperación.

 

Como un autómata, se levantó alejándose de aquella mesa en donde tantas horas había pasado y donde su vida había dado tal vuelco que ya no sabía qué hacer con ella.

Salió, pues, del Casino sin saber a dónde ir. Ni siquiera se había despedido de aquella mujer con la que compartió las últimas horas. Horas intensas de juego y locura.

Siguió deambulando, ciego, sin rumbo ya que no tenía donde dirigirse, cuando, de improviso, se encontró frente a un caballero alto y delgado, todo vestido de negro, con una elegante capa de vueltas rojas en donde resaltaban infinitos números seises. ¡Seis! ¡Seis! ¡Seis! ¡El número del diablo! ¿Qué extraño personaje era aquel?

Sobresaltado ante ese encuentro, se paró en seco incapaz de articular una palabra.

          ̶ No temas ̶  la voz de aquel ser sonaba cavernosa en el silencio reinante de la noche y sus ojos, verdes y oblicuos, le miraban irónicamente. ̶ Philipe, conozco tu situación desesperada y quiero darte una última oportunidad de recuperar con creces tu dinero. Voy a hacerte una proposición: Entrarás de nuevo en el Casino y jugarás con la cantidad, más que considerable, que en tu cartera vas a encontrar. Pero ha de ser con una condición: Si ganas, serás inmensamente rico, pero si pierdes, me entregarás tu alma por toda una eternidad. Y no lo olvides: has de jugar al seis rojo.

Y diciendo esto, desapareció dejando un desagradable olor a azufre.

 

El escritor quedó anonadado ante lo que acababa de presenciar y la proposición que aquel ser diabólico acababa de hacerle. Estaba hecho un mar de confusiones. No sabía qué decisión tomar. En realidad, ya no tenía nada que perder. Sólo le quedaba como salida el suicidio, al igual que aquellos desgraciados perdedores a los que poco antes había compadecido, o aquella última oportunidad que se le ofrecía de salvarse. Y optó por jugarse su suerte a la ruleta. Quizá podría esta vez ganarle al destino la partida y burlarse de aquel espíritu maligno y su perversa proposición.

Con esa esperanza, volvió atrás el camino y con paso decidido emprendió la dirección de aquel Casino que tan bien conocía y en el que un día, para su desdicha, se le había ocurrido entrar.

Todo seguía igual. Jugadores en torno a las mesas, croupiers anunciando con mecánicas voces las partidas, la mesa en la cual había perdido toda su fortuna y, ante ella, la hermosa mujer esperándolo como siempre, mas ahora no había calidez en sus ojos. Era una mirada fría, casi glacial.

          ̶ Philipe, six rouge  ̶  le ordenó, esta vez con extraña voz.

¡Seis rojo! Naturalmente. No tenía otra elección más que apostar por ese maldito número. ¡Le iba en ello la vida! ¡Su salvación! ¡Todo al seis rojo! La ruleta giraba y giraba. Parecía que no acababa nunca de dar vueltas interminables mientras la bolita, más saltarina que nunca, sonaba como diciendo: ¡Seis rojo! ¡Seis rojo! Pero…

No pudo ser. Aquella bolita, minúsculo verdugo convertida en su destino fatal, pasó de largo ante el seis rojo ignorándolo por completo y Philipe, con los ojos desorbitados y el corazón a punto de estallarle, cayó desplomado encima de la mesa repitiendo como un poseso en los últimos instantes de su vida las palabras:  ̶ ¡Seis rojo! ¡Seis rojo!

 

Lizbelle, Luzbella, con una sonrisa cruel de triunfo y los ojos tan oblicuos que apenas eran dos líneas en su rostro, que ya empezaba a desfigurarse, se levantó pausadamente y atravesando el salón se dirigió con paso majestuoso hacia la salida del Casino.

Al traspasar la puerta del mismo, las personas que ante ella esperaban para entrar, con la ilusión de hacer fortuna, observaron cómo salía del edificio un caballero alto, delgado, todo vestido de negro, con una capa de vueltas rojas en donde resaltaban infinitos seises. En su rostro mefistofélico brillaban unos ojos verdes y oblicuos y en su delgada boca se dibujaba una cruel sonrisa de triunfo.

 

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Primer Premio de Relatos “Escritor Rogelio Garrido Montañana” 2016.

Perteneciente al libro “El Torreón del Ánima”, Editorial Granada Costa

 

1º Premio de Relatos “Escritor Rogelio Garrido Montañana” 2016 Granada Costa

CARMEN CARRASCO

 www.carmencarrasco.com

      

Primer Premio de Relatos “Escritor Rogelio Garrido Montañana” 2016. – Granada Costa